Hay olores que no se ven, pero se sienten. Se adhieren a las paredes de una ciudad y también a la memoria de quienes la habitan. Son señales de algo que no está bien: un caño roto, una planta de tratamiento saturada, orina en la vereda de una plaza o residuos que no se recogen a tiempo.
Muchas cosas pueden convertirse en una fuente de olor persistente que molesta, incomoda y afecta la vida cotidiana. Lo saben bien quienes viven cerca de basurales o cloacas descubiertas, pero también quienes cruzan todos los días una estación de tren o un pasillo comercial impregnado de amoníaco y abandono.
Como es de esperar, esta contaminación odorífera impacta en la salud, el bienestar y la percepción del espacio público. Pero algunas ciudades ya están mostrando caminos posibles. Un relevamiento realizado por +COMUNIDAD detectó que, si bien no existen soluciones definitivas al problema de los malos olores, distintos territorios están probando estrategias que combinan participación ciudadana, innovación con datos y biotecnología.
Microorganismos benéficos vs. malos olores
Una de esas estrategias proviene de la empresa colombiana BioHBAC, que trabaja con microorganismos diseñados para acelerar la descomposición de materia orgánica en lagunas de oxidación, cloacas o plantas de tratamiento. En otras palabras, procuran eliminar los malos olores sin recurrir a químicos agresivos.
“Estos microorganismos descomponen la materia orgánica presente en las aguas residuales mediante un proceso llamado biodegradación. Durante este proceso, los residuos orgánicos se convierten en sustancias más simples e inofensivas, lo que reduce significativamente la producción de compuestos malolientes”, explican desde la compañía.
Según su mapeo, varias Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales (PTARs) en ciudades colombianas utilizan esta estrategia para mejorar la calidad del agua y reducir los olores. Es el caso de Salitre (Bogotá), El Hatillo y El Retiro (Medellín), La Esmeralda (Bucaramanga), El Peñol (Antioquia) y La Isla (Cartagena).
En especial, destacan que en este último caso, el uso de microorganismos benéficos también se aplica sobre lagunas de oxidación. “Esta innovación ofrece un modelo valioso para municipios como Chía, donde la laguna de oxidación es una fuente principal de malos olores”, proponen.

La experiencia de Cartagena
Siguiendo por Colombia y específicamente por Cartagena, esta ciudad también enfocó sus esfuerzos en la infraestructura del tratamiento de aguas residuales, lo que contribuyó a la reducción de malos olores. Según José Zapata, gerente medioambiental de Aguas de Cartagena, la capital del departamento de Bolívar cuenta con una cobertura de alcantarillado que supera el 95%, y el 100% de las aguas residuales recolectadas son tratadas antes de su disposición final en el mar.
Este sistema incluye una planta de tratamiento en Punta Canoa y un emisario submarino de 4.2 kilómetros de longitud (tubería que transporta aguas residuales tratadas al mar) que comenzó a operar en 2013.
“La puesta en marcha del emisario submarino, en conjunto con La Bocana de Marea Estabilizada, ha contribuido enormemente a la recuperación de las aguas de la Ciénaga de la Virgen. Los resultados del monitoreo evidencian que tenemos un cuerpo de agua recuperado. Los olores han desaparecido, y hasta paisajísticamente comenzó a recuperar su esplendor”, afirma Zapata.

“Escuchar” las narices de la ciudad
Desde Barcelona, Rosa Arias –ingeniera química especializada en la gestión de olores– creó OdourCollect, una aplicación que propone empoderar a la ciudadanía afectada por la contaminación odorífera. Con esta plataforma, desarrollada por la organización Science for Change, los vecinos pueden registrar en tiempo real episodios de olor y describir su intensidad y características.
“OdourCollect surge como una herramienta que se basa en un enfoque de ‘abajo a arriba’ para abordar la contaminación por olores y capacitar a la ciudadanía a través de la ciencia ciudadana, las herramientas de RRI (Innovación e Investigación Responsable) y la cocreación. De esta manera, se convierten en impulsores del cambio en sus comunidades. A la vez, demuestran la problemática que están padeciendo y que tienen la oportunidad de participar en la toma de decisiones locales que afectan a su día a día”, describen desde Science for Change.
Los datos recolectados son luego cruzados con información meteorológica y análisis técnicos. Esto permite identificar patrones, ubicar focos emisores y tomar decisiones basadas en evidencia. “Los malos olores causan dolores de cabeza, náuseas, insomnio, ansiedad, estrés… La contaminación por olores es la segunda queja medioambiental a nivel mundial, después del ruido”, explicaba Rosa Arias a La Voz de Galicia.
En esa entrevista, la investigadora también ponderó el rol de algunas ciudades españolas, como A Coruña, que fueron pioneras en crear ordenanzas municipales para proteger a poblaciones afectadas.
El enfoque de OdourCollect se probó en varios países europeos. También en ciudades de Chile y Uganda, donde fue usado de manera piloto para mapear el impacto de diferentes actividades odoríferas sobre zonas residenciales.

Tecnologías con olfato
En la búsqueda de soluciones innovadoras para mejorar la calidad ambiental urbana, el proyecto SNIFFDRONE emerge como una herramienta prometedora. Desarrollado entre 2019 y 2020 con financiación de la Unión Europea a través de la iniciativa ATTRACT, tiene como objetivo principal dotar a las ciudades de un dron con capacidades olfativas. Este dispositivo es capaz de proporcionar mediciones de olores especialmente densas y localizar de forma autónoma las fuentes de molestias odoríferas en plantas de tratamiento de aguas residuales.
El equipo detrás de SNIFFDRONE incluye investigadores del Instituto de Bioingeniería de Cataluña (IBEC) y de la empresa Depuración de Aguas del Mediterráneo (DAM). El sistema utiliza una suerte de nariz electrónica compuesta por 21 sensores químicos y ambientales. Con ella, se detectan y mapean en tiempo real los focos de olor en plantas de tratamiento. Con ayuda de algoritmos, localiza las fuentes e intensidad de las emisiones, permitiendo intervenciones más rápidas y precisas.
“El sistema ha sido calibrado y validado en condiciones reales de operación mediante varias campañas de medición en la planta depuradora de aguas residuales de Molina de Segura (Murcia, España). Los resultados obtenidos nos permiten obtener un prototipo capaz de predecir la intensidad del olor de las muestras de aire ambiental en tiempo real. Y recolectar muestras de manera simultánea para su análisis en laboratorio tras el vuelo, lo que permite calibrar y validar el funcionamiento del sistema”, destacaron desde DAM.
Otra tecnología destacada (y latinoamericana) es el Sumidero Invertido Selectivo (SIS), inventado en 1991 por el ingeniero uruguayo Rafael Guarga. Este dispositivo mecánico extrae aire frío desde zonas críticas y lo expulsa hacia capas superiores de la atmósfera, aprovechando la estratificación térmica. Inicialmente diseñado para proteger cultivos de las heladas, el SIS demostró ser eficaz también en el control de olores. Actualmente se utiliza en más de 15 países y en ciudades como Punta del Este.

¿Pequeñas ideas con impacto?
En algunas ciudades, las soluciones no llegan desde drones ni laboratorios, sino desde la calle misma. En 2018, París instaló orinales ecológicos —los uritrottoirs— para evitar que las personas orinen en la vía pública. Los dispositivos convierten la orina en compost, no usan agua, y cuentan con sistemas naturales de neutralización de olores.
Los uritrottoirs generaron una intensa polémica. Su instalación en lugares visibles, como la Île Saint-Louis, provocó críticas por falta de privacidad. También por ser exclusivos para hombres, lo que llevó a cuestionamientos sobre su adecuación en el espacio público.
Sin embargo, esta experimentación fue defendida por las autoridades. Ariel Weil, alcalde de París Centro, aseguró que fueron instalados en puntos de la ciudad donde, según mediciones, las personas orinan con más frecuencia en lugares públicos y generan olores.

Ciudades con mejor aire (y menos olor)
En cada experiencia, la solución no fue inmediata ni perfecta, pero sí efectiva al generar mejoras concretas. Desde drones hasta bacterias, desde normas hasta mapas colaborativos, las ciudades están afinando el olfato para detectar los problemas… y también las oportunidades.
“En las comunidades afectadas por contaminación por olor, la motivación principal es recuperar la calidad de vida y del aire en su entorno”, concluye Rosa Arias, convencida de que los sentidos también deben ser parte de la política urbana.
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Redacción +COMUNIDAD.
Foto principal: Korie Jenkins | Unsplash