San Miguel de Tucumán
Por Juan Martín de Chazal,
coordinador de +COMUNIDAD
Es diciembre y el sol del mediodía aprieta en San Miguel de Tucumán. Es una de esas jornadas de calor intenso y humedad, habituales sobre esta latitud del norte argentino, en las que cuesta permanecer al aire libre.
El panorama no impide que en la esquina de la avenida Juan B. Justo y la calle San Salvador, en la zona norte de la ciudad, vecinos de todas las edades se detengan unos minutos. Mientras buscan la sombra que proyectan los árboles más grandes del entorno, observan con curiosidad el movimiento y conversan.
“Antes, con este calor, no se podía estar acá. Por el olor, por los bichos, por todo”, comenta Beatriz Navarro, una vecina que vive justo enfrente de un gran mural que es la novedad del barrio Bajo La Pólvora.
La escena contrasta con el pasado reciente. Donde hoy hay veredas, bancos, juegos infantiles y árboles recién plantados, durante más de 30 años se acumularon residuos de manera constante. “Teníamos que estar con las puertas y las ventanas cerradas. No podíamos vivir bien. Era un verdadero problema de salud”, recuerda Beatriz mientras contiene su emoción.
María José Saavedra tiene 53 años y ha vivido toda su vida a pocos metros de esta esquina donde comienza el Cementerio del Norte, uno de los más antiguos de Tucumán. Cuenta que, desde que tiene uso de razón, allí ha existido un basural. “Tantas décadas hemos vivido con esta contaminación, sufriendo por los mosquitos y el dengue, y ahora vemos que este espacio está fabuloso. Podemos tomar mate en las tardes y también podremos hacerlo de día cuando los árboles nuevos den sombra. Esto nos ha renovado el barrio”, ilustra.

Un problema estructural, sostenido en el tiempo
Este vertedero clandestino no era un hecho aislado ni circunstancial. Funcionaba desde hacía décadas en un punto sensible de la ciudad, sobre una avenida muy transitada. Camiones, carros y personas de distintos barrios descargaban allí su basura. La limpieza era frecuente, pero insuficiente. Al día siguiente de cualquier recolección municipal, residuos de todo tipo volvían a aparecer. Olores, focos infecciosos y una degradación sostenida del entorno formaban parte de la rutina cotidiana.
“Cada basural tiene su propia lógica y su propia problemática”, explica a +COMUNIDAD, en esa misma esquina, Julieta Migliavacca, secretaria de Ambiente y Desarrollo Sustentable de San Miguel de Tucumán. “Estamos devolviendo a los vecinos las posibilidades de vivir en condiciones dignas de salubridad. También a quienes vienen a visitar al cementerio a sus seres queridos difuntos. Este espacio ahora está lleno de vida y de color”, agrega.
Para la funcionaria, este tipo de abordajes requieren decisión política, presencia territorial, articulación público-privada y trabajo sostenido con la comunidad. “Queremos erradicar todos los basurales de la ciudad, pero entendiendo que cada uno necesita una estrategia distinta, siempre de la mano de los vecinos”, dice en el marco de la inauguración del espacio público renovado.

Del diagnóstico a la intervención radical
La Municipalidad ya había intentado, sin éxito, eliminar el volcadero de la Avenida Juan B. Justo al 1800. La posibilidad de avanzar con una intervención más profunda surgió a mediados de 2025, en el marco del programa Ciudades Circulares de la Red de Innovación Local (RIL) y el acompañamiento del Banco Hipotecario como aliado clave para aportar recursos.
“La particularidad de esta experiencia fue el trabajo conjunto entre el sector público, el privado y el tercer sector, con una participación muy fuerte del vecino”, señala como diferencial Mario Kiyoshi Fortuna, director de Ambiente del municipio. “Primero revelamos puerta por puerta, preguntamos a la comunidad qué querían, qué les gustaría que hubiera en el lugar. Después se diseñó una propuesta que no fue al azar, sino con sentido”, desarrolla en conversación con este medio.
Fue así que, mientras avanzaba el proceso de limpieza profunda, estudiantes y docentes de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) empezaron a restaurar la pared del cementerio y a pintar un mural que combina impronta espiritual e identidad tucumana. Junto con los vecinos, definieron dar protagonismo a la figura del Papa Francisco, rodeada de flora, fauna y referencias locales como el cerro San Javier, los lapachos y los ingenios azucareros.
“La idea fue revalorizar el espacio y transmitir un mensaje. El Papa aparece como un conector entre la fe y el cuidado de la casa común, del ambiente”, explica Fabio Casen, integrante del equipo. El hecho de que no haya sido vandalizado es, para quienes participaron del proceso, una señal clara de apropiación comunitaria temprana.
Todos los actores coinciden: el mural no fue un gesto decorativo ni un complemento tardío. Funciona como parte central de la estrategia para resignificar un lugar históricamente asociado al descarte.

Un proceso colectivo y articulado en San Miguel de Tucumán
“Nosotros ya teníamos detectados y mapeados los basurales de la ciudad. Cuando analizamos este lugar, que concentraba muchas complejidades, apostamos por esta intervención para demostrar que el cambio era posible”, indica Florencia Caminos, subdirectora de Ambiente.
En algunos sectores, los residuos acumulados alcanzaban más de un metro de profundidad. “Había escepticismo y enojo entre los vecinos, porque durante años fue el lugar más fácil para tirar basura —reconoce la especialista—. Pero la clave fue explicar, escuchar, trabajar juntos y que se apropien de este espacio”.
La erradicación del basural fue el punto de partida. La intervención incluyó nuevas veredas, iluminación, arbolado, mobiliario urbano, un botellón para facilitar el reciclaje de plásticos y, claro, el mural de gran escala. Para lograrlo, se articularon distintas áreas municipales –Ambiente, Servicios Públicos, Arbolado y Seguridad, entre otras– junto con la universidad pública, el sector privado y los vecinos del barrio.
Desde el programa Transformá de la Municipalidad, que tiene como fin erradicar los basurales a cielo abierto de la ciudad, el énfasis está puesto en la apropiación del espacio. “No hablamos sólo de estética o de imagen. Hablamos de salud”, define José Íñigo, coordinador del programa. “Erradicar un basural es erradicar focos de enfermedad. Pero para que el cambio sea real, de raíz, el espacio tiene que volverse propio”, insiste.
Durante los dos meses de obra, los promotores ambientales recorrieron el barrio, reforzaron horarios de recolección y trabajaron sobre hábitos cotidianos. En ese período, no volvió a acumularse basura en el lugar.

Mejoras estratégicas y aprendizaje entre ciudades
La experiencia se enmarca en el programa Ciudades Circulares de RIL Argentina, que trabaja junto con gobiernos locales para abordar la gestión de residuos desde una perspectiva integral. Lejos de acciones aisladas, la propuesta combina diagnóstico territorial, planificación, intervención física y acompañamiento comunitario.
“Nos sumergimos en el proceso de diagnóstico de San Miguel de Tucumán, lo que nos permitió comprender a fondo la realidad local e identificar las oportunidades de mejora estratégicas para su territorio. No se trata sólo de señalar desafíos, sino de visualizar el potencial latente de cada rincón de la ciudad”, profundiza Mariana Ponzio, del equipo de Ciudades Circulares.
En la capital tucumana, el trabajo implicó mapear el basural, articular áreas municipales, involucrar a actores privados como el Banco Hipotecario y generar instancias de participación vecinal. El objetivo: que la erradicación no sea un evento puntual, sino un proceso sostenible en el tiempo.
“El equipo de Ciudades Circulares nos acercó experiencias de otras ciudades y nos ayudó a ordenar nuestros procesos para poder adaptarlas y replicarlas. Hicimos diagramas de actividades, y entendimos mejor por qué algunas etapas van antes y otras después”, valora Florencia Caminos sobre la metodología aplicada.
Desde RIL subrayan que el valor del proceso estuvo en activar conocimientos ya presentes en el municipio, conectar voluntades y construir una visión compartida. “Ciudades Circulares es más que un concepto. Es una práctica colectiva que nos invita a repensar cómo vivimos, consumimos y producimos”, concluye Mariana Ponzio.
La experiencia deja aprendizajes claros. El primero es que erradicar un basural crónico requiere más que limpieza: necesita planificación, articulación y presencia sostenida. Y que el enlace público-privado permite mejorar la calidad de una intervención, pero su sostenibilidad depende esencialmente del compromiso comunitario.
El desafío ahora es que el basural no vuelva. Para eso, continúan las rondas de control y el trabajo territorial. “Cada espacio tiene su comportamiento. Pero cuando la comunidad se apropia, el cambio tiene más chances de sostenerse. Y eso ya está pasando”, observa José Íñigo, del programa Transformá.
Impactos visibles y uso cotidiano en el Barrio Bajo La Pólvora
El cambio es tangible. Donde antes predominaba la basura y la oscuridad, hoy hay iluminación renovada, veredas transitables y un espacio que se usa. Vecinos que antes evitaban pasar por la zona ahora se detienen, se sientan y conversan. El lugar fue incorporado al sistema de monitoreo municipal gracias a la donación de una cámara de seguridad, un “elemento clave” para prevenir nuevas situaciones de abandono.
“Aquí antes había un basural. No arroje basura. La ciudad limpia la hacemos entre todos”, dicen dos carteles que instaló la Municipalidad y que contienen un código QR que lleva a una foto de cómo era el espacio hace apenas unos meses.

Al caer la tarde, cuando el calor tucumano comienza a aflojar, la esquina vuelve a poblarse. Los más chicos usan los nuevos juegos mientras otros vecinos toman mate. Son gestos simples, cotidianos, que hasta hace poco eran impensables en este lugar del barrio Bajo La Pólvora.
“Es como nuestro paraíso chiquito. Es muy lindo. Cambia la percepción de la zona respecto a la seguridad. Estamos muy agradecidos”, dice a +COMUNIDAD Beatriz Navarro. “Te diría que el 100% de los vecinos estamos atentos y comprometidos para que nunca más nadie tire basura acá”, aporta María José Saavedra.
Este volcadero ilegal ya no existe. Según datos municipales, desde 2023 se ha erradicado el 54% de los basurales de San Miguel de Tucumán. “Nos queda un porcentaje importante, pero estamos convencidos de que estamos en el camino”, señala Julieta Migliavacca. En esta esquina de la zona norte, el desafío ahora es sostener el cambio y evitar que el abandono vuelva a instalarse.
Fotografía principal e imágenes en nota: gentileza Municipalidad de San Miguel de Tucumán.
