La región semiárida de Brasil atraviesa a 11 estados y está habitada por más de 25 millones de personas. Muchas de ellas residen en comunidades rurales donde el acceso al agua potable es escaso durante gran parte del año y los suelos sufren algún proceso de desertificación.
En estos paisajes brasileños, sin embargo, sí existen algunos meses lluviosos. Son pocos, pero los hay. ¿Qué pasaría entonces si las familias contaran con un mecanismo para almacenar de forma segura una cantidad suficiente de agua para administrar cuando haga falta? En 1999, la respuesta llegó de la mano del programa federal “Un Millón de Cisternas”.
Nacida como una demanda de la sociedad civil, la política tiene el objetivo de garantizar la seguridad hídrica para cientos de miles de hogares. Históricamente, la falta de agua segura causó graves consecuencias como altos niveles de mortalidad infantil y elevada incidencia de enfermedades. Además, la recolección siempre fue un trabajo extenuante y costoso que afecta principalmente a mujeres.
“Nuestro gran diferencial fue proponer una tecnología sencilla, barata y familiar que, para el contexto de las familias del Semiárido, es una tecnología de punta, efectiva, que realmente soluciona el problema del abastecimiento de agua para consumo humano. Las familias han sido protagonistas de este proceso desde el inicio”, dice Valquíria Lima, coordinadora del programa para el estado de Minas Gerais.
De las cisternas a la transformación comunitaria
Desde 2003, año en el que el programa entró en ejecución, el gobierno federal –en alianza con los poderes locales– entregó más de 1,5 millones de cisternas. Se estima que los beneficios alcanzan a más de 5 millones de personas, estimulando el desarrollo económico regional y contribuyendo a la seguridad alimentaria.
Una vez que son relevadas y mapeadas, las familias reciben una cisterna de consumo que tiene capacidad de 16.000 litros. Esa reserva de agua sólo debe ser utilizada para beber y cocinar. Ya aparte, pueden solicitar otra unidad de producción de 52.000 litros para la agricultura y la alimentación de animales.
Las cisternas captan el agua que cae sobre los techos y cuenta con un sistema de filtrado de macropartículas. Durante la construcción, los hogares beneficiarios reciben capacitaciones sobre su funcionamiento y cómo se debe administrar el agua para que dure durante los meses de sequía.
¿Y cómo se prioriza su colocación? Por ejemplo, si hay dos familias de escasos recursos, pero una de ellas vive cerca de una represa y la otra está muy lejos de cualquier fuente de agua, esta es la que primero recibe un ejemplar. Una comisión comunitaria también revisa los criterios de elegibilidad, dando preeminencia a las casas en donde hay niños/as menores a 6 años, personas mayores, personas con discapacidad o aquellas encabezadas por mujeres.
“Ahora con las cisternas las cosas están mejor. Tengo más tiempo para estar con mi hijo y un mejor nivel de vida. Ya no tengo que caminar para traer agua en latas. Lo hice desde que era niña y siempre fue una experiencia dolorosa. Incluso con la sequía, ahora tenemos agua”, atestigua Lúcia, residente de la comunidad Sitio dos Pereiros, en el municipio de Santa Cruz da Baixa Verde, estado de Pernambuco.
Un programa con reconocimiento mundial
Para garantizar la transparencia, todas las cisternas entregadas están georreferenciadas y registradas en un sistema online de monitoreo. Por su éxito, la política ya es replicada en comunidades rurales vulnerables de Paraguay y Bolivia.
“El programa es innovador porque el objetivo principal de las acciones es desencadenar un proceso de movilización y capacitación con un enfoque en la convivencia en la región semiárida, la participación política y la construcción de alternativas simples. Exige cambios en las capacidades de actuación y fortalecimiento del potencial de los diferentes actores, como mujeres rurales, gerentes del Estado y técnicos”, analizan Laeticia Jalil y Rafael Neves, socióloga y coordinador del programa, respectivamente.
En 2017, “Un millón de cisternas” fue reconocida como una de las políticas públicas más relevantes del mundo en la lucha contra la desertificación. La elección fue realizada por el Consejo Mundial del Futuro, en colaboración con la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación. Previamente, recibió otras distinciones en concursos de buenas prácticas como una innovación llevada adelante entre el gobierno central, los locales y el tercer sector.
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Imagen principal: Cisterna en Peixe Bravo, Minas Gerais. Foto: LEO DRUMOND / NITRO.
Redacción +Comunidad / Colaboración InnContext.