Recuperación de materiales
Por Natalia Aquino,
Ciudades Circulares en RIL
La foto inicial
Es un día cualquiera de la semana —vaya a saber de qué mes—, allá por 2018.
El trazado de coordenadas nos ubica en la ciudad de Santa Rosa, La Pampa, Argentina.
En la calle Pilcomayo, a unos cinco o seis kilómetros del centro, un grupo de personas trabaja subido a una montaña de residuos. Es su jornada laboral. Circula algún mate bien dulce y alguna palabra, no muchas: la tarea exige estar alerta para cuando llegue el camión, abrir bolsas, inspeccionar, seleccionar y rescatar el mejor material posible. De esa agilidad y astucia depende “el mango” que cada uno lleve a su casa. Es un desafío individual.
Entre esas personas, alguien más colabora en la tarea, pero su objetivo es otro. No está ahí para llevarse un botín: busca conocer, de cerca y desde la voz de los protagonistas, cómo es el oficio de cartonero. Sabe que hay algo en ese proceso que no está del todo bien y entiende que el tiempo —y un cúmulo de decisiones y convicciones— lo colocaron en el lugar y en el momento justo para impulsar un cambio.
Federico Ignaszewski, profesor de Historia, militante político y subgerente del Ente Municipal de Saneamiento Urbano de Santa Rosa, cuenta que es necesario conocer a los cartoneros, a los recicladores, porque desde el municipio no piensan el ambiente en abstracto, sino a partir de sus actores.
“Para nosotros, el actor fundamental del trabajo ambiental son los cartoneros. Nosotros llegamos a trabajar con lo ambiental a través de ellos, y no al revés”, dice. Más adelante agregará que por eso hablan de gestión integral de residuos sólidos urbanos con inclusión social.

Hubo una experiencia previa
Algunos años antes de esta escena, una gestión había intentado organizar la recolección diferenciada y la separación de residuos. Ya existía el relleno sanitario y existían también los cartoneros y cartoneras que, subidos a la montaña, hacían de esa tarea su changa diaria.
Se levantó un galpón, se compró una cinta transportadora, se hicieron inversiones importantes. Pero un incendio destruyó la estructura y cortó de cuajo todo el proceso, echando por tierra ese trabajo.
El fuego arrasó con la maquinaria y también con la incipiente idea de que era posible una gestión diferente de los residuos.
El humo y las cenizas esparcieron, además, una creencia desalentadora: que no servía para nada separar los residuos.
Los cartoneros y cartoneras, entonces, volvieron a subir a la montaña.

El trasfondo de la política social
Llega 2019 y, con un nuevo cambio de gestión, se crea la Dirección de Economía Popular en el municipio de Santa Rosa. Su tarea: trabajar con los sectores de la producción y la economía no alcanzados por los circuitos tradicionales —como la industria o el comercio local—. Se impulsaron programas y acciones dirigidas a vendedores ambulantes, artesanas, cadetes y otros trabajadores. En algunos casos, con la intención de formalizar esos sectores; pero, sobre todo, para dignificar sus condiciones de labor.
En ese contexto —y con algún que otro paquete de medialunas bajo el brazo—, Federico encaminó más de una jornada hacia la calle Pilcomayo para conocer de cerca las rutinas de los cartoneros y cartoneras. Quería entender por qué los turnos eran necesarios para evitar conflictos entre ellos, y descubrir también que esas personas ya cargaban con el peso de muchas promesas incumplidas. Si pretendía impulsar un cambio, debía andar con pie de plomo: los cartoneros no iban a entregar su confianza tan fácilmente.

Para el Ente Municipal de Saneamiento Urbano, la coincidencia con una política nacional y federal fue la llave que permitió el diseño de una nueva propuesta y la reorganización del trabajo en este sector. Gradualmente, los camiones dejaron de trepar la montaña y comenzaron a detenerse al final de cada recorrido, allá abajo. Separar la basura se volvió una tarea visible, no escondida, como antes, en lo alto. El material empezó a compactarse y surgieron los primeros intercambios comerciales.
Llegaron máquinas, un espacio donde cambiarse la pilcha de trabajo, baños, computadoras, charlas de capacitación y asambleas que consolidaron procesos de organización.
La construcción material de un nuevo programa de gestión integral de residuos tuvo como reflejo la mejora en los ingresos de las cartoneras y los cartoneros. En poco tiempo, las ganancias se triplicaron, y esa comunidad de laburantes halló en la dinámica cooperativa una manera de ordenar y fortalecer su economía cotidiana.
Eso no eliminó las tensiones ni los desacuerdos —como en todo ámbito de trabajo—, pero el dato concreto de que esta forma colectiva generaba mejores resultados que la venta individual, atravesada por una larga cadena de intermediarios, se volvió innegable.
Cuando le pregunto a Federico para qué sirve ordenar y promover la organización del trabajo de cartoneras y cartoneros, me responde sin vueltas:
—Es simple: enterrás menos residuos y le devolvés a la ciudad la plata que antes estabas enterrando. Porque quienes trabajan en el sector de recuperación compran y consumen en los comercios del barrio, de la zona, de la ciudad. Así se alimenta un círculo virtuoso que camina sobre tres ejes: ambiental, social y económico.

La foto final
Donde antes se armaba un fueguito para calentar el agua del mate —con el riesgo de que todo terminara envuelto en llamas—, y en más de una ocasión se desataban disputas por algún material valioso que arrojaban los camiones, hoy existe un espacio de trabajo que se nombra y se reconoce como tal.
De unos escasos tres o cuatro materiales que se recuperaban, la nómina creció a diez, y con ello también las posibilidades de una economía circular más certera.
Donde veinte personas disputaban un botín, hoy ochenta se organizan, debaten y construyen un modelo de gestión integral de residuos sólidos urbanos con inclusión social.
Federico me dice que el proceso no fue tan rápido como hubiesen querido, pero que, al fin de cuentas, sucedió.
