Hace 100 años, a inicios del siglo XX, Lusail apenas aparecía en los mapas como una pequeña villa costera ubicada en el noreste de Qatar. Hoy, a días del inicio del Mundial de Fútbol 2022, se prepara para recibir a cientos de miles de visitantes de todo el planeta. Y lo hace como una ciudad vanguardista que, en apenas 10 años, experimentó una transformación radical en prácticamente todos sus aspectos urbanos.
Además de construir el llamado Estadio Icónico, en donde se cerrará la Copa, Lusail preparó un entramado de infraestructuras capaz de albergar a 450.000 personas. Las construcciones incluyen 19 distritos multipropósitos entre áreas residenciales, comerciales, puertos deportivos, islas artificiales y decenas de centros de entretenimiento. Se pusieron en pie 22 hoteles con estrellas internacionales y una docena de shoppings nuevos con miles de tiendas, muchas consideradas de lujo.
También se crearon dos redes de parques ecológicos que desafían el paisaje desértico natural. Para unir todas las instalaciones, las autoridades qataríes planificaron una extensa red de autopistas y metros que llegan hasta la capital del país, Doha. Con 28 kilómetros, el nuevo entramado de tranvías es el más grande de la región: tiene 25 estaciones y en cada una de sus 30 unidades eléctricas entran 209 viajeros. El renovado sistema de transporte, que apunta hacia la sostenibilidad, incluye además 30 kilómetros de canales acuáticos y 76 kilómetros de vías peatonales y ciclovías.
Inversiones urbanas sin precedentes
Pensada como una de las grandes anfitrionas del Mundial, Lusail pasó de ser un desierto costero a uno de los proyectos urbanos más ambiciosos del siglo XXI. Gracias a una economía próspera, basada principalmente en la extracción de petróleo, Qatar se encargó de su planeamiento urbano prácticamente de cero.
Según el análisis de la consultora Deloitte, la nación asiática está invirtiendo más de 220.000 millones de dólares en los proyectos. “Es la Copa más cara de la historia del fútbol”, repiten los titulares de los medios.
También avanzaron transformaciones de carácter monumental en las otras cuatro ciudades sede: Doha, Al-Rayyan, Al-Wakrah y Al-Khor. Sus diseñadores apuntan hacia la posteridad y la formación de símbolos de las nuevas actividades económicas atractivas para el país, como el turismo y el deporte. Desde 2010, sin embargo, las obras no han escapado de críticas y denuncias que son investigadas por organismos internacionales.
Entre las necesidades locales y el éxito del evento
Cada Copa de la FIFA puede ser una fiesta del fútbol y motivar cientos de transformaciones urbanas que, aunque costosas, deberían beneficiar a las poblaciones locales. Y no es para menos: prepararse para recibir a millones de visitantes requiere años de planificación y cuantiosas inversiones. Para 2018, por ejemplo, construir 12 estadios en 11 ciudades le costó a Rusia cerca de 11.000 millones de dólares.
“Cuando estos grandes eventos están en marcha, parece que el dinero y los problemas que conllevan merecen la pena. Aunque he investigado lo suficiente para darme cuenta de que las extravagancias internacionales no siempre benefician a los locales a largo plazo”, sostiene Mark Wilson, profesor en Planeamiento Urbano en la Universidad de Michigan.
Entre sus conclusiones, el experto asegura que las organizaciones que planifican grandes espectáculos y el público suelen tener necesidades diferentes. “Los primeros necesitan principalmente promover su marca con el éxito de un evento. Los segundos quieren mejorar la percepción de su ciudad y que se construyan edificios nuevos, carreteras e infraestructuras que mejoren la calidad de vida a largo plazo sin que les salga demasiado caro”, apunta.
¿Cómo pensar entonces el legado de los mundiales de fútbol y de otros megaeventos, como los Juegos Olímpicos? “Pueden brindar enormes oportunidades para que los anfitriones avancen en el desarrollo urbano. El desafío que enfrentan las ciudades es cómo dirigir el gasto público y privado en los futuros deseados para apoyar sus agendas urbanas ya existentes”, analizan los/as investigadores Eva Kassens-Noor, Mark Wilson, Sven Müller, Brij Maharaj y Laura Huntoon.
La experiencia brasileña más allá del fútbol
Para la Copa del Mundo 2014, Brasil encaró grandes obras en las 12 ciudades que fueron anfitrionas. Además, Río de Janeiro fue sede de los Juegos Olímpicos de Verano dos años después. Gran parte de esas transformaciones urbanas y las construcciones de estadios ocurrieron durante un período de turbulencias políticas y económicas. Así, fueron frecuentes las protestas en contra del dinero utilizado para los megaeventos.
Según los organismos fiscalizadores brasileños, el 90% de las obras fueron financiadas por el sector público y sólo el 10% provino de iniciativas privadas. En contraste, para el Mundial de 2006 en Alemania las inversiones fueron 60% privadas y 40% del gobierno.
Ocho años después de Brasil 2014, algunos de los estadios construidos para el Mundial cayeron en desuso y todavía causan perjuicios financieros en las arcas locales (en Recife, Manaus, Brasília, Cuiabá y Natal). “Su situación es delicada por las dificultades para obtener lucros. Algunas ciudades no tienen equipos de fútbol que puedan atraer públicos y grandes obras”, apunta un informe del Grupo Houer.
Aun así, varias de esas ciudades encontraron soluciones para equilibrar de algún modo las cuentas mediante acuerdos público-privados. Además de utilizar los estadios para otro tipo de eventos, como los musicales, parte de las infraestructuras son aprovechadas con otros fines. Es el caso del Arena Pantanal, en Cuiabá, en donde funciona desde 2017 una escuela estatal.
Las modificaciones del espacio público fueron mucho más allá de las infraestructuras relacionadas al fútbol. “Fortaleza pasó por varios procesos de intervención urbana en virtud de las exigencias de la FIFA. El megaevento dejó marcas antes y después de su realización, incluso para las personas que viven en las calles por las obras de movilidad”, examinan, desde un punto de vista sociológico, Priscila Adriano Barros y José Cleyton Vasconcelos Monte.
Con previsión y prospección
“La Copa va a pasar, pero el desarrollo va a quedar”, se repetía en Brasil antes del Mundial 2014. Si bien gran parte de las obras hoy son disfrutadas por la población, como ser la construcción de autovías y las mejoras en aeropuertos, puede verse también que varias de las transformaciones no causaron demasiados beneficios en los años subsiguientes.
En otros países anfitriones de la FIFA, en tanto, las obras mantuvieron un equilibrio entre las necesidades del fútbol y las previsiones futuras de la ciudad. “Cuando ya tenían los estadios de fútbol necesarios, como ocurrió en el Mundial de Francia de 1998 y el de Alemania en 2006, la inversión requerida fue más razonable y práctica, ya que se aseguraron de que se usaran las nuevas instalaciones”, ejemplifica el profesor Mark Wilson.
Estos escenarios virtuosos también ocurrieron con ciudades sede de otros megaeventos. “Los Ángeles fue la primera ciudad que, en 1984, encontró una forma de acoger los Juegos Olímpicos: usando estadios que ya tenían y cediendo servicios”, apunta el experto.
En Barcelona, en donde se celebraron los Juegos Olímpicos de 1992, las transformaciones fueron más allá. En una zona donde antes había fábricas y muelles, se creó la Villa Olímpica para albergar a los atletas. Con el tiempo, la ciudad comenzó a aprovechar esas instalaciones y formó un barrio moderno de 45 hectáreas que hoy es habitado por más de 10.000 personas.
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Redacción +Comunidad.
Foto principal: Estadio Icónico de Lusail, con capacidad para 80.000 espectadores. Foto de David Ramos/Getty Image.