Entre fines de junio y principios de julio de 2022, tres incendios afectaron viviendas de distintos barrios de la ciudad de Buenos Aires y provocaron la muerte de seis personas, además de numerosos heridos. Según las primeras investigaciones, los siniestros en Recoleta, Villa Urquiza y Bajo Flores se produjeron por desperfectos domésticos.
En forma paralela, durante ese lapso de tiempo, también ardió en llamas una fábrica en las afueras de la ciudad argentina de Mar del Plata; un camión se incendió en una avenida de Córdoba Capital; y un taxi sufrió el mismo destino en el centro de San Miguel de Tucumán. Del otro lado del Atlántico, un incendio forestal fuera de control avanzó sobre la población y forzó la evacuación de un pueblo al norte de Atenas, en Grecia.
Grandes incendios, un poco de historia
Los incendios urbanos han existido desde que el ser humano construye ciudades. Sin embargo, la elaboración de gestiones modernas de riesgo para mitigar sus efectos y prevenir a la ciudadanía es relativamente reciente.
En la Inglaterra del siglo XVII era común el uso del fuego para generar luz y calor entre las construcciones de madera. Los fuertes y secos vientos del verano de 1666 provocaron un daño que nadie antes había imaginado y, el 2 de septiembre de ese año, las llamas de una panadería se propagaron sin control y causaron el denominado “Gran Incendio de Londres”, que devastó gran parte de la ciudad en cuatro días.
A partir de entonces, la capital británica experimentó tantos cambios que el paisaje urbano se reconfiguró por completo. En el Acta de Reconstrucción de 1667 –describe un informe de la BBC– el gobierno local se propuso eliminar los peligros existentes y avanzó hacia nuevas regulaciones sobre las construcciones.
Además de ordenar que todos los edificios fueran de piedra y ladrillo, se modificó el sistema de tuberías de agua para crear redes hidrantes y se restringió el levantamiento de plantas superiores sobresalientes. Tras la destrucción de unas 15.000 viviendas, también fue el nacimiento de la industria de seguros.
Un derrotero similar vivió la capital de Portugal casi 100 años después: al “Gran Terremoto de Lisboa” de 1755 le siguieron un tsunami devastador y un incendio sin precedentes. Superada la catástrofe, el entonces gobierno del Marqués de Pombal ordenó la reconstrucción de la ciudad imperial siguiendo parámetros urbanísticos modernos y a prueba de desastres.
Analizando el fuego
“Un incendio es el resultado de un fuego incipiente no controlado, cuyas consecuencias afectan tanto a la vida y a la salud como a las condiciones estructurales de un establecimiento”, define una guía de prevención publicada por el gobierno argentino. El siniestro –se especifica– requiere de la presencia de materiales combustibles, oxígeno y una fuente de calor, además de una reacción en cadena para su propagación.
Estableciendo recomendaciones a la población, el Sistema Nacional para la Gestión Integral del Riesgo (Sinagir) precisa que un incendio estructural, más conocido como incendio urbano, “es un un fuego fuera de control que se desarrolla dentro de una estructura que puede ser de construcción calificada o precaria, y puede darse en áreas tanto urbanas como suburbanas”.
El geógrafo Raúl Nicolás Francisco, en tanto, distingue cuatro clases de incendios según el contexto en que se produzcan: urbanos, de interfase, forestales y rurales. Los primeros son aquellos que se llevan a cabo sobre áreas de servicios, viviendas, comercios o sobre artefactos como automóviles, siempre dentro de una continuidad metropolitana (aunque con delimitación difusa).
“Cuando este incendio se propaga en áreas contiguas a zonas rurales se lo denomina de interfase. Un ejemplo común de estos son aquellos que se desarrollan en las periferias, donde se observa un paisaje mixto entre las viviendas y la vegetación autóctona o plantaciones rurales. A su vez, si el incendio se desarrolla afectando generalmente a superficies vegetales del tipo matorrales, arbustales o pastizales, se lo puede denominar incendio rural”, califica el autor en su tesis de licenciatura.
Casos de acción
En 2018, organismos gubernamentales y civiles de México determinaron que los incendios urbanos son más frecuentes y dañinos que desastres naturales como los sismos. “En los países latinoamericanos no existe una cultura de prevención, por lo que en la región ocurre el 50% de los grandes incendios que hay en el mundo”, advirtieron.
¿Qué pueden hacer los gobiernos locales para evitar estos siniestros?
– En Godoy Cruz, Mendoza, Argentina, el Sistema de Alerta Comunitaria permite dar aviso de distintas situaciones relacionadas a la seguridad o la salud, como los incendios.
– En Niterói, Río de Janeiro, Brasil, un Sistema de Gestión de Geoinformación (SIGeo) es utilizado para administrar de forma más eficiente la infraestructura de servicios municipales. La herramienta permite monitorear el riesgo de incendios y otros desastres.
– En Asunción, Paraguay, la Municipalidad utiliza desde 2020 tecnología de punta para identificar focos de incendio y posibles responsables de quemas. Dos drones se encargan de monitorear diferentes áreas verdes de la ciudad.
– En Tesalónica, Grecia, se implementan desde 2022 dos métodos nuevos para combatir incendios periurbanos: antenas de radar para alerta temprana y la plantación de vegetación de combustión lenta.
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Imagen principal: “Gran Incendio de Londres”, 1666. Museo de Londres.
Redacción +Comunidad.