Las biofábricas son laboratorios en donde se pueden producir miles de copias de una planta para utilizarlas con fines productivos o de restauración ambiental de especies forestales, frutas tropicales, agroindustriales, aromáticas y plantas ornamentales.
Al controlar y regular la población de insectos no deseados, estos espacios aumentan la variedad de agentes de control biológico, que aumentan la eficacia del control de plagas, además de proteger el ambiente y mejorar las condiciones de producción.
Además, las biofábricas proponen un modelo de negocio sostenible, contemplando que se vale de recursos biológicos para proporcionar información, productos, procesos y servicios a los sectores económicos, con el fin de impulsar una economía sustentable”.
El caso de Belo Horizonte, en Brasil
Belo Horizonte, capital del estado de Mina Gerais, es la sexta ciudad más grande de Brasil, de acuerdo al último censo de población realizado por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), en la localidad residen más de dos millones de personas.
En los últimos cinco años, a su estructura industrial y de negocio, se sumó la figura de la “biofábrica”, ante la necesidad de regular la población de mosca blanca, que invaden los árboles “laurel de Indias”, que fueron declarados Patrimonio Cultural de la ciudad.
La ciudad apostó por un modelo de negocio natural y no agresivo con el medioambiente para satisfacer las necesidades de manejo de insectos en iniciativas agrícolas urbanas, como lo son también jardines comunitarios y patios traseros que cultivan alimentos.
La ciudad brasileña desarrolló, a comienzos de 2018, un proyecto que comprende tres estrategias: la primera implicó la distribución de larvas, incluídas las de mariquitas y crisopas verdes, en entornos adecuados como huertas urbanas y espacios verdes.
La segunda estrategia se basó en distribuir kits de semillas para plantas que atraen naturalmente a los depredadores como hinojo, cilantro y girasol, por último, se contempló la promoción de la educación ambiental, destinada a agricultores urbanos.
Un año más tarde esta iniciativa empezó a dar sus frutos: se aumentó la población de insectos beneficiosos para su liberación en áreas designadas y se oficializó un programa de educación ambiental, que ha involucrado a más de tres mil personas.
Otras experiencias de biofábricas en la región
La provincia de Santa Fe, en Argentina, impulsó en 2019 la creación de cinco biofábricas, una de ellas funciona dentro de la Estación Experimental Agropecuaria (EEA) del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), ubicado en la ciudad de Reconquista.
De acuerdo al ingeniero agrónomo y especialista en agroecología Federico Pognante: “Se trata de un centro de producción de bioinsumos y preparados biológicos que busca abastecer a agricultores familiares de la región que producen de forma agroecológica”.
Hasta hace un año producían alrededor de 200 litros de biofertilizante, también otros bioinsumos a razón de 50 litros mensuales, que se utilizan como repelentes de insectos, bio insecticidas, fungicidas biológicos y fitoterapéuticos para animales.
En otros países como Chile y Perú también han apostado por las biofábricas, como un modelo de negocio efectivo, natural y no agresivo con el medioambiente que, a partir de la visibilización de buenas prácticas, suma nuevas caras dispuestas a experimentar.
El Instituto de Investigaciones Agropecuarias de Chile (INIA) impulsó la aplicación de materia orgánica de origen animal y vegetal en cultivos y frutales, como el guano de gallinas, que redujo los costos de fertilización e incrementó su rendimiento productivo.
La empresa de microorganismos BIOEM, en Perú, promueve el uso de biofertilizantes creados a partir de una mezcla de hongos, bacterias y levaduras, que han demostrado mejorar la fertilidad de los suelos, y también, reducir el uso de agroquímicos.
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Imagen principal: Universidad Nacional de Hurlingham Argentina (UNAHUR).