Por Olaya González, de El Periódico*
Jardines verticales.
Aunque este año ha estado de plena actualidad, el veranillo de San Miguel no es nada nuevo. Pero esta vez fue tan extraordinario el ascenso térmico que la Agencia Estatal de Meteorología emitió una alerta ante valores «excepcionalmente altos» para esas fechas. Y eso sucedió después de un verano también anormalmente sofocante.
Para minimizar los efectos sobre la salud, las ciudades se deben adaptar a esta realidad, y una de las mejores formas de hacerlo es aumentar la superficie verde. No es una tarea sencilla, ya que en las grandes urbes todo está muy apretado. La solución es dejar de mirar al suelo para fijar la vista en las paredes.
Existen pruebas de que los jardines verticales ya se usaban en el siglo IV antes de Cristo, especialmente en Babilonia, pero también en el antiguo Egipto. Es el mismo sistema que hoy puede verse en una de las fachadas del CaixaForum de Madrid: no deja de ser un muro que integra diferentes especies de vegetación. Incluso las flores en los patios andaluces y las hiedras en las fachadas de los ‘cottages’ ingleses son otras formas más tradicionales de jardines verticales.
Jardines verticales para reducir la mortalidad
Para garantizar el bienestar de los habitantes, la Organización Mundial de la Salud recomienda que las ciudades tengan entre 10 y 15 metros cuadrados de área verde por persona. Pese a ello, muchas urbes están lejos de este objetivo. Hace algunos años, un estudio del Observatorio de Sostenibilidad alertó que hasta 19 capitales españolas incumplían esta directriz.
Esto se traduce en consecuencias graves para la salud. Un informe publicado en The Lancet cifra en 6.700 las muertes prematuras que se pueden atribuir a ese calor extremo que se acumula en las calles. Y afirma también que un tercio se podrían evitar plantando árboles en el 30 por ciento del espacio urbano.
Según este texto, las urbes con mayor exceso de mortalidad por el calor se sitúan en el sur y en el este de Europa. Es decir, varias localidades españolas están en este trágico listado. Por ejemplo, Barcelona tiene un 8 por ciento de árboles y una mortalidad causada por estos valores extremos del 14%. En Madrid, las cifras se sitúan en un 9,5 y un 12 por ciento, respectivamente. Además, los últimos estudios científicos indican que el incremento de la temperatura en las ciudades se produce a un ritmo dos veces mayor que la media global.
Esa sensación de ahogo en el centro de las ciudades que se siente en los meses de verano (y últimamente también en primavera y en otoño) tiene un nombre: efecto ‘isla de calor’. Los termómetros no bajan durante la noche y en las horas centrales del día es prácticamente imposible cobijarse en la sombra. Esto es debido a que el asfalto y el hormigón absorben las altas temperaturas que provocan los vehículos, los aires acondicionados y el propio sol y las emiten luego de madrugada, lo que causa que, pasada la medianoche, continúen dándose valores superiores a 20 grados. Esas ‘noches tropicales’ hacen casi imposible dormir.
Más verde y menos gris
El concepto ‘isla de calor’ significa que el aire está más caliente en esa zona que en la periferia. Influyen varios temas, entre otros el color de las superficies: cuanto más oscuras, más se calientan. La vegetación, entre otras cosas, tiene la cualidad de mantenerse a la temperatura del aire.
En verano, en un día con 35 grados, el asfalto estará a 50 y la vegetación a 35», afirma Consuelo Acha, arquitecta y profesora del departamento de Construcción y Tecnologías Arquitectónicas de la ETSAM-UPM. A esto se suma que los edificios impiden que corra el aire y el calor escape. El conjunto da como resultado unas máximas en el centro de las ciudades entre 1,5 y 10 grados superiores a las que se dan en la periferia.
Es decir, para que las poblaciones no se vuelvan lugares inhóspitos, en especial para la gente más vulnerable, hace falta más verde y menos gris. Ese reto lo ha asumido la arquitectura, que en su forma más contemporánea busca «lograr un modelo de ciudad energéticamente autoabastecida mediante recursos renovables, que sea capaz de reciclarse y reutilizarse, con una movilidad limpia y eficaz y con múltiples espacios verdes», reza el artículo ‘Jardines verticales: camino a la sostenibilidad’ de la revista Arquitectura Viva.
La importancia de crear espacios con muros vivos
Para alcanzar ese fin, el mayor peso de los oasis vegetales en el suelo debería complementarse con fachadas salpicadas de hojas y flores. Tal y como afirma Consuelo Acha, estos ‘muros vivos’ pueden llegar a filtrar hasta 40 decibelios, lo que los convierte también en un potente aislante acústico. Al mismo tiempo, protegen los inmuebles de las fluctuaciones térmicas y de las condiciones climatológicas extremas.
Por si fuera poco, tienen el potencial de limpiar hasta el 85 por ciento de las partículas de polvo y polución que están suspendidas en el aire. Y hay una última ventaja a tener en cuenta: el valor de los edificios se dispara una vez se han instalado estos jardines verticales, tanto por la estética como por su eficiencia energética.
Una pieza más para la adaptación al cambio climático
Expertos recuerdan que no se trata de una solución óptima para todos los casos, sobre todo debido a su elevado costo, tanto a la hora de instalarlos como de mantenerlos. Recurrir a opciones más económicas que lleven consigo también un descenso de la calidad, puede provocar problemas estructurales en los inmuebles, cuyo peso se ve notablemente incrementado. Tanto que en algunos casos es necesario reforzar su estructura. Además, siempre hay que tener presente que las especies vegetales elegidas deben ser autóctonas de la zona para asegurar su supervivencia.
El jardín vertical del Hotel Mariposa es uno de los orgullos de Málaga y se ha convertido en un referente europeo en innovación urbana sostenible. Este enorme tapiz vegetal ocupa más de 100 metros cuadrados y está compuesto por más de 3.000 plantas de 15 especies diferentes. Además de la mejora estética y los beneficios para la calidad del aire, sirve para reutilizar las aguas grises de las habitaciones: incluyen un sistema que las recupera, las trata y las aprovecha para el riego.
Más famoso aún es el que está instalado en el CaixaForum de Madrid, en pleno Paseo del Prado. Diseñado por el prestigioso botánico Patrick Blanc, es el primero que se instaló en España y cuenta con más de 15.000 plantas distribuidas en 460 metros cuadrados. Son ejemplos de cómo reverdecer las ciudades y, sobre todo, refrescarlas.
(*) Este reportaje fue publicado originalmente en la plataforma periodística El Periódico.
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Imagen principal: Unsplash.