Para Zaida Muxí Martínez (Buenos Aires, 1964), las ciudades pueden convertirse en sitios más agradables para vivir a partir de pequeñas transformaciones. Y, a la hora de pensar en cualquier tipo de proyecto urbano, plantea una serie de verticales que no pueden faltar. Siempre priorizando –insiste– a “las personas reales que habitan en territorios reales”.
Promotora de los ideales feministas, Zaida es profesora en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona y referente internacional en género y urbanismo. Tomando como ejemplo de inspiración algunas políticas de esta ciudad, reivindica el trabajo de los cuidados y reflexiona con profundidad sobre los roles históricamente asignados a mujeres y hombres.
¿Qué pueden hacer los gobiernos locales para facilitar la vida de todas las personas sin distinciones? ¿Cómo romper las centralidades urbanas y promover una mayor mixtura de usos en los barrios? ¿Y qué hay de la movilidad? Con la mirada puesta en los desafíos que afrontan las mujeres en las ciudades, la urbanista argentina responde estas preguntas y muchas más. Para una mayor dosis de inspiración, no te pierdas al final de la nota su conversación con VIBRA, el nuevo podcast de +Comunidad.
– ¿Qué pueden y deben hacer las ciudades para ser más inclusivas desde una perspectiva de género?
– Deben cambiar el foco del proyecto urbano y preguntarse: ¿qué estamos mirando cuando hacemos una transformación? En general, las políticas sociales sí tienen en claro qué deben hacer: poner en el centro a las personas. Pero las políticas urbanas muchas veces no. Entonces, es importantísimo poner en el centro a las personas reales que habitan en territorios reales y ver cuáles son sus necesidades reales. Y debe ser a la inversa de lo que se ha hecho siempre: en lugar de ir de arriba a abajo, ir de abajo a arriba. Desde lo pequeño a lo grande.
En el año 1961, Jane Jacobs, en su libro “Muerte y vida de las grandes ciudades”, ya proponía que había que poner a las personas en el centro. Y, a partir de sus singularidades, ir buscando los comunes denominadores que permitan encontrar espacios comunes para hacer proyecciones. Y no hacer un genérico común desde arriba. No hay un ser estadístico universal que sirva para todos.
Y si vamos a la diferencia entre hombres y mujeres, y el rol de género, que son las tareas que nos asignan por ser hombre y mujer; las tareas que fueron asignadas al rol feminino no estuvieron nunca presentes en el proyecto urbano. Por lo tanto, las mujeres siempre hemos estado en las calles, pero hemos tenido que transitar espacios que no están pensados para nuestras necesidades en una sociedad machista. La mujer sigue siendo un objeto apropiable en el espacio público; por lo tanto, las situaciones de peligrosidad que vive una mujer son mayores que las que vive un hombre.
Entonces hay que cambiar y poner a las personas en el centro. También niñas y niños; hacer una ciudad a la medida de las personas y no a la medida de una macroeconomía que no se ve y no se comprueba. Es exactamente lo que decía Jane Jacobs cuando se opuso en los años 60 a la construcción de las grandes autopistas en Nueva York. “¿Para qué hacer esa destrucción de la ciudad, para ir de la nada a la nada?” No se trata de grandísimos proyectos con esta perspectiva de género, pero muchas ocasiones las transformaciones mínimas son fundamentales para un buen vivir en la ciudad.
– ¿Cuáles pueden ser esas transformaciones mínimas? ¿Deben ir desde los gobiernos locales o desde la sociedad civil?
– Pueden ser de ambas. Desde los gobiernos locales, por ejemplo, hay una experiencia en la ciudad de Viena (Austria) que es muy interesante. En un barrio central, denso, con poco espacio público, pero con una calidad de proximidad a servicios importante, en donde vive un sector desfavorecido de la población, muchas personas mayores, vieron qué cuestiones del día a día en el espacio público no facilitaba a esas personas. Entonces, a partir de recorridos reales de gente real –persona mayor con andador, niña que va sola a hacer tareas escolares a la tarde, madre o padre que va de compras–, hicieron transformaciones.
Fue algo tan simple como resolver las dificultades que encontraban en sus trayectos cotidianos: arreglar una bajada de acera, poner un espejo, iluminar un rincón, hacer un cruce universal en una esquina para que se detengan los coches… Y son intervenciones de observación de la realidad y que mejoran las condiciones inmediatas de vida. Pero claro que no se trata sólo de hacer eso.
– ¿Qué tiene que tener una ciudad para efectivamente poder ser considerada feminista? ¿Existen casos que lo hayan logrado?
– Viena no habla de feminismo, pero sí que es una ciudad que pone a las mujeres en el centro. ¿Qué sería una ciudad feminista? Aquella que busca, desde la práctica urbanística de los proyectos, disminuir las desigualdades que existen entre hombres y mujeres. Y, como dice una frase que escribió Marie Shear en 1986, el feminismo es “la idea radical de que las mujeres somos personas”. Entonces, como tales, tenemos que estar incluidas y ser agentes tenidas en cuenta cuando se hacen proyectos. Viena lo hace, aunque no se dice feminista. Lo hace en el sentido de que prioriza el transporte público, el caminar, la bicicleta; que las calles sean espacios que inviten a un paseo amable para los extremos vitales; que tenga el mínimo de alteraciones en el pavimento; que haya espacios para sentarse, sombras y agua; y también sitios bien señalizados y accesibles.
También se trata de tener barrios mixtos y no segregados por funciones: que haya comercios en las plantas bajas, que tenga todos los equipamientos necesarios de la propiedad, que también haya espacios que ofrezcan trabajos.
Es interseccional. Las mujeres no sólo estamos atravesadas por el hecho de ser mujer, sino que también hay otros condicionantes como ser la clase, las capacidades, las edades. Desgraciadamente en todas las ciudades del mundo vivimos un proceso de segregación socioeconómica que penaliza a las mujeres.
El feminismo es poner la mirada sobre las personas; sobre el cuidado. En este caso, la ciudad de Barcelona se define como una ciudad feminista desde 2015. Hay un gobierno formado por mujeres feministas, hombres feministas y hay una serie de políticas públicas en esa línea. Por ejemplo el plan de la Ciudad Jugable; de hacerla accesible para todas las edades, con velocidades lentas, entender donde hacen falta juegos; con justicia de género que indica que todas las áreas del Ayuntamiento tienen que hacer sus ordenanzas con perspectiva de género. La ciudad pone el foco en los cuidados, que son imprescindibles y marcan la diferencia y la desigualdad para las mujeres. En Cataluña, por ejemplo, somos responsables de un 70% de los cuidados. Entonces Barcelona puso el foco en los cuidados creando un servicio de cuidados para atender a las personas que cuidan; en este caso, de forma más remunerada.
– ¿Cómo más se pueden atender las necesidades de las mujeres desde la planificación urbana, tanto en espacios públicos como privados? Sobre las tareas de cuidado, por ejemplo.
– Son necesidades de todos, pero que hacemos más las mujeres. Por ejemplo, volviendo al caso de Viena, en 1992 se hizo un concurso de viviendas hecho por mujeres para mujeres con una doble razón. Hecho por mujeres porque todos los estudios (de arquitectura) que hacían viviendas estaban dirigidos por hombres. Este grupo se ocupó de un nuevo crecimiento urbanístico en la ciudad, cerca del paso del tranvía porque en Viena no se pueden hacer viviendas si antes no hay un transporte público masivo. En la zona también había producción hortícola, pero una normativa del momento no permitía la mezcla de usos del suelo en áreas residenciales. Entonces los equipos decidieron no seguir porque consideraban que no podían hacer 400 viviendas y no contar con un básico de soluciones de barrio al alcance de las mujeres. Y gracias a eso se cambió la normativa y se comenzaron a mezclar los usos.
En este conjunto de casi 400 viviendas se colocaron zonas comerciales, de oficinas, destacamento de policías, un sector de salud primaria y una guardería. Todos elementos que se consideran de necesidad básica para una cotidianeidad. Y después el mismo conjunto genera espacios públicos, como calles peatonales y plazas. Lo importante fue lograr cambiar la normativa. Volviendo a la pregunta, estamos cansadísimas de ver cómo pasa eso: viviendas que se hacen y ya, pero si no tienen servicios no sirven para nada.
– ¿Qué otras maneras hay de promover esos cambios urbanos? ¿Cómo se impulsa más mixtura de usos del suelo y que haya más espacio público?
– Si se le pregunta a cualquier persona cómo quiere vivir y cuando nos preguntamos cómo hacer un barrio nuevo, lo mejor es pensar en aquel barrio donde viviste o paseaste y te sentiste bien. ¿Qué tenía ese barrio? Podías caminar, tenía verde, tenía viviendas y gente diferente. ¿Por qué no podríamos hacer lo mismo? Desgraciadamente, cuando se hacen proyectos y políticas urbanas, un poco lo que pasa es que casi no se sabe para quién es. ¿Qué necesita la gente para vivir? ¿Con casas es suficiente? ¿Cómo se van a mover? ¿Tienen coche? ¿Quiénes? ¿Los señores y las señoras? Estamos no dándole el derecho a la ciudad a la mujer. Si el mismo proyecto impide que tú te puedas mover, ¿qué ciudad estamos dando?
Muchas veces separamos como si no tuvieran que ver las cosas y después el problema se hace enorme si no respondes de manera cierta a las complejidades de la vida. Las viviendas quedan vacías, hay inseguridad, falta de oportunidades, marginación, fragmentación… Si sólo hablamos de dinero, sin hablar de lo que cuesta socialmente, no tiene sentido. Entonces se trata de prestar mayor atención a las necesidades reales de la vida de las personas y que todas las personas tienen derecho a vivir en sitios adecuados, dignos, con barrio, con seguridad. Y no sólo para unos pocos.
– ¿Cómo impactó la pandemia en materia de arquitectura y urbanismo? ¿Aceleró esos cambios?
– Creo que está impactando en parte del discurso, pero considero que es falso. Por ejemplo con el teletrabajo y la idea de que todos podemos trabajar desde casa. Solo unos pocos pueden y no debería ser ningún privilegio. Está bueno para unos días a la semana y evitar moverse, pero más para el intercambio de cosas que ya están hechas. No para generar. Entonces hay una falsedad porque estamos mirando sólo a un porcentaje bajo de la población. ¿Quiénes pueden quedarse? No todo el mundo tiene las condiciones físicas para trabajar desde casa y la idea de que sí es una falacia que quedó instalada con la pandemia. Si queremos evitar desplazamientos, entonces las empresas podrían generar sitios de coworking en las proximidades donde viven sus empleados y empleadas. Y con los elementos necesarios, porque también hay un montón de costos que las empresas se ahorran con el teletrabajo.
Y sí que el impacto en el tiempo y en la contaminación es interesante. Pero creo que también podría ser muy peligroso para las ciudades si dejásemos de salir a las calles. Eso nos lleva a un exceso de compras online, el destrozo del comercio local, la explotación de deliverys… Hubo una serie de transformaciones que mejor que no se queden. Estaría bueno, sí, que en los edificios de vivienda sí o sí se hagan balcones y terrazas. Que todo el mundo tenga un espacio en su vivienda exterior donde se pueda sacar una mesa y una silla. Muchos no lo tienen y la pandemia sí demostró una diferencia.
— En balance, ¿la pandemia llegó a romper la centralización y promover una mayor mixtura de usos o encerró más a mucha gente?
— Por momentos creo que encerró más. Todavía no hay tiempo para que hubiera dado una mayor mixtura de usos; eso lleva más tiempo. Debemos ver si los nuevos planeamientos de barrio, las nuevas propuestas de mejora y reformas proponen incorporar mixturas de usos.
— Existen sectores que se resisten a aquellos proyectos que buscan darle prioridad a peatones y ciclistas, ¿cómo deben proceder los gobiernos locales para resolver esas tensiones y lograr barrios menos “cochecentristas”?
— Primero tienes que tener un buen diagnóstico y un buen servicio de transporte público para poder hacer el cambio. No es sacar el coche y ya; no todo el mundo camina. Necesitas un buen sistema de transporte público, con buena frecuencia, con distintas modalidades, que sea seguro, limpio, con precio razonable… Evidentemente siempre habrá igual un sector cochecentrista, que es poderoso. Pero hay ciudades que lo cambiaron. Nueva York lo cambió. Hay que hacer calles más caminables, seguras e iluminadas. Una buena red de carriles bicis; planes de mixtura de usos; generar micocentralidades, así no me tenga que desplazar para todo.
— ¿Cómo se revierten las realidades asumidas respecto a los autos?
— Y los coches dan prestigio, pero muchas veces generan autoengaño. Hay una tesis doctoral de la Universitat Autónoma de Barcelona, dirigida por Carme Miralle, en la que se estudiaba la movilidad hacia el campus universitario. Y con ese estudio se consiguió saber que la gente que va en coche privado llega a salir una hora antes de sus casas a causa del tráfico y para encontrar aparcamiento. Mientras, la gente que va en transporte público dice que puede leer y trabajar si encuentra asiento, aunque a nadie se le ocurriría salir una hora antes para no encontrar el transporte público lleno. Entonces son dos maneras diferentes de entender las capacidades de cómo nos novemos. Actuamos diferente según el medio de transporte que usamos.
Está muy dentro de nuestras cabezas que el coche es sinónimo de éxito y que permite llegar a todos lados más rápido. ¿Pero dónde aparcas? Y las calles son gratis. No debería ser así. No podemos acampar en la calle, pero un coche sí puede aparcar. Y no sólo es una cuestión de contaminación; la proporción de personas que se mueven en coche es muy baja para todo lo que afecta. Nos falta espacio en las ciudades. Hay desequilibrio y desigualdad.
Esa posibilidad de elegir una hora antes de casa también tiene un sesgo de género, dado que implica no tener responsabilidades familiares que hagan que tú no puedas adelantar una hora la salida de tu casa.
— ¿Por dónde empezar en ciudades latinoamericanas tan expandidas y muchas veces carentes de infraestructura?
— Priorizando los barrios. Intentando transformar en barrios sitios que no lo son; dotándolos de equipamiento; estudiando sus densidades y determinando si falta mezclas de gente y de usos. Por ejemplo, el programa HOPE de New Urbanism en Estados Unidos es muy interesante. El Estado federal, el mismo que había pagado por autopistas, ahora daba dinero para la transformación de suburbios en barrios. Eso implica eliminar la homogeneidad de los suburbios para que puedan aparecer distintos usos. Transformar el no barrio en barrio. Aunque sea de a poco, en algún momento hay que empezar.
— Para cerrar, ¿qué idea le gustaría amplificar para llegar a nuestra comunidad lectora?
— Que en Latinoamérica también hay muchos ejemplos de cosas bien hechas. Hay que trabajar para hacer barrios para todas las personas. Debe haber equipos técnicos permanentes que acompañen las transformaciones. Hay que generar ese servicio público en los barrios. Hay experiencias interesantes como los presupuestos participativos en Porto Alegre. O cuando Enrique Peñalosa en Bogotá se opuso a la construcción de una nueva autovía paralela a la que ya existía, incluso teniendo un presupuesto asignado. Decidió arreglar aceras y hacer carriles de bicis. No arregló asfaltos ni autopistas porque la mayoría de la población se mueve a pie. Y se le vino encima ese poder fáctico que se mueve a coche.
También pasa que hay tiempos políticos para hacer las cosas. Si tú quieres implementar alguna acción que es muy rupturista, tienes que hacerla a principio de mandato para que te dé tiempo de demostrar que esa acción es positiva. Así, quienes estaban en contra el primer día quizás al último estén a favor. En términos políticos, entonces, hay que priorizar cuáles son esas acciones de cambio importantes.
Otra cosa que le pediría a las personas políticas es generosidad y continuar proyectos que vienen de antes. Si son para que la gente viva mejor, no deberían cambiar demasiado las prioridades entre mandatos. En la política local se está más cerca de las personas y esto es todavía más imprescindible. Hay ciertas cosas que haríamos unos y otros. Por ejemplo, pacificar las ciudades. No debería importar que seamos partidos distintos.
¿Querés saber más sobre estos temas e inspirarte para pasar a la acción? No te pierdas la conversación que Zaida Muxí tuvo, además de esta nota, con el podcast VIBRA de RIL y +Comunidad. Allí, la experta cuenta qué la inspira, qué recomienda leer y deja más mensajes dirigidos a la ciudadanía y a la clase gobernante. ¡Que lo disfrutes!
Foto principal: UNCiencia.
Redacción +Comunidad.